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La antigua Villa de Loreto sucumbía bajo las aguas del río Dulce hace 116 años

La crecida final sorprendió a la población en medio de la noche, por el desborde del canal de Tuama, y muchos lograron huir con lo puesto. Un botero rescató a muchos, por lo que el gato “El violín de Tatacu”, de Fortunato Juárez, lo recuerda como un héroe en medio de la desgracia.

En noviembre de 1908, una masa de agua y lodo desbordados del río Dulce sepultaba a la vieja Villa de Loreto, la antigua ciudad que se encontraba a 12 kilómetros de la actual ciudad de Loreto, catástrofe de la que esta semana se cumplieron 116 años y aún pervive en la memoria popular.

 

La creciente llegó a las tres de la madrugada del 21 de noviembre, mientras sus pobladores descansaban después de una calurosa jornada de trabajo y no hubo tiempo de salvar nada. Apenas pudieron huir con lo puesto. Sin embargo, los historiadores precisan que los avances del agua ya habían comenzado días antes, pero esa noche fatídica fue el golpe de gracia.

 

El poblado fue completamente inundado. Indalesio Gómez, un antiguo poblador y sobreviviente recuerda “la noche trágica”, en que la furia de la crecida los sorprendió. Sólo algunos atinaron a subir a techos y árboles. El cauce del canal de Tuama había desbordado por tercera vez y el amanecer encontró a los pobladores con dos metros y medio de agua y un sordo silencio de espanto los invadió.

 

El párroco Juan Retambay, durante toda la noche, trasladándose en su bote, hablaba a los pobladores, pidiéndoles que piensen y que debían abandonar sus casas para trasladarse hacia la Estación Loreto. Según la historia, algunos vecinos huyeron, y muchos fueron rescatados por Tata Cármen (Tata: Padre; cu: más que), violinista, quichuista y botero de la zona, quien los trasladó a la Estación Loreto.

 

El gato “Violín de Tatacú”, de Fortunato Juárez, recuerda aquella triste historia y la valentía y solidaridad de Tatacu, al salvar a los pobladores: “Así llegó aquel día, que es tan triste contarlo. El Río Dulce y su bravura se llevó a Villa Loreto y Tatacu con sus botes salvando a la población. Todo eso ya es recuerdo que me oprime el corazón”.

 

La inundación fue el resultado de numerosos factores de desencuentros políticos, de indiferencia comunitaria, que no permitieron avizorar aquel trágico final, según señaló la historiadora María Mercedes Tenti, en la revista Fundación Cultural de 2007.

La historiadora María Mercedes Tenti indagó la historia de la Villa Loreto.

ORIGEN

La antigua Villa de Loreto se había conformado en el siglo XVIII, en la antigua estancia de los Islas, a la vera del camino al Alto Perú. “Sus habitantes aprovechaban las inundaciones del río Dulce para hacer sementeras y sembrar en épocas de inundaciones; también construían pozos de agua para abrevar el ganado, especialmente ovejas y cabras de las que obtenían lana para sus telares”, recuerda la historiadora Tenti.

 

La imagen de la Virgen de Loreto, traída por los jesuitas, ya se reverenciaba desde el siglo XVI cuando estaba en posesión de la india Lula Paya, según la tradición oral. En 1731 Catalina Bravo de Zamora hizo construir una capilla, que fue reconstruida varias veces como consecuencias de las inundaciones del río. Hasta fines del siglo XVIII dependía del curato de Tuama, hasta que en 1793 fue erigida parroquia. La nueva iglesia comenzó a construirse a partir de 1830, por iniciativa del gobernador Juan Felipe Ibarra, cuando era párroco Pedro Francisco de Uriarte, quien había sido designado representante por Santiago del Estero ante la Junta Grande y se desempeñó como tal en el Congreso Constituyente reunido en 1816 en Tucumán, trasladado luego a Buenos Aires.

 

En la tercera década del siglo XIX, Loreto comenzó a declinar, como consecuencia del cambio de cauce del río que la dejó sin el líquido vital para hombres, mujeres, cultivos y ganado. Otra vicisitud fue causa de su decadencia: el ferrocarril que conducía a Rosario tendió sus vías esquivando la antigua villa; la estación Loreto era la escala más próxima. Poco a poco se fue notando el éxodo de pobladores que emigraban en busca de horizontes más promisorios. Los censos de 1869 y 1895 constituyen una prueba irrefutable de la disminución de la población.

 

Si bien la economía de la zona había decaído, el departamento contaba con 10 atahonas a mula -que abastecían de harina a la zona-, 3 obrajes y una fábrica de materiales. Antiguos comercios y otros nuevos proveían a la población de lo necesario para la vida: 3 almacenes por menor, 3 bazares, 4 carnicerías, 1 casa consignataria, 7 corredores comerciales. Los 18 “boliches con licores” eran un ámbito de socialización eminentemente masculina (Fazio). Las mujeres se reunían en tertulias en las que ejecutaban el arpa y cantaban (Gancedo).

Los signos de la destrucción de la villa, en 1909.

A comienzos del siglo XX se organizó una comisión para la construcción del templo en la estación y se colocó la piedra fundamental. La capilla fue inaugurada en 1904 (Archivo Parroquial). La capilla de la villa estaba bien conservada. El altar tenía un sagrario movible de algarrobo y dos confesionarios del mismo material. El baptisterio poseía una pila bautismal de mármol. Contaba con importantes imágenes, entre las que se destacaba la de Nuestra Señora de Loreto, un Señor Crucificado de 2.20 m de madera (que actualmente se encuentra en la capilla de Perchil Bajo), la Dolorosa de rostro encarnado, Purísima Concepción, San Luis, Jesús Nazareno de vestir, San José y Santa Bárbara -a cada lado del altar mayor- y un vía crucis con cuadro y cruz de madera, según consta en el inventario conservado en el archivo parroquial.

 

EL CLAMOR POR EL AGUA

Desde el momento en que la naturaleza hizo variar el cauce del río, el anhelo de los moradores que quedaron en la zona, más el de los inmigrantes que llegaban en busca de nuevos horizontes, era contar con el agua necesaria para impulsar nueva vida a la antigua villa. Ya en 1896 el gobernador Adolfo Ruiz gestionó la venida de un ingeniero especialista en hidráulica para proyectar una serie de obras, entre ellas el canal de Tuama a Loreto, construido durante su gobierno.

 

Pero la bendición del agua duró muy poco. Si bien en 1903, el canal regaba 887 hectáreas, el gobernador Pedro Barraza, en su mensaje anual a la Legislatura, señalaba los problemas de su mantenimiento: la bocatoma era angosta para el caudal de agua que se vertía y no se había realizado la compuerta para que, en épocas de crecientes, se detuviera el paso de las aguas. En 1907, José Santillán denunciaba en su mensaje que el río, durante las últimas crecientes, se volcaba impetuoso por el canal el cual, al no tener compuerta, no sólo no contenía el agua, sino que provocaba además el desborde hacia otros rumbos, en forma de verdaderos brazos del río, poniendo en peligro la villa de Loreto. Si bien, la provincia había comprado y trasladado materiales para iniciar la obra, argumentaba el gobernador que no se contaban con los fondos necesarios para emprenderla sin el auxilio de la nación, ya que su costo ascendía a $500.000.

 

PRIMERAS INUNDACIONES

Generalmente se tiene conocimiento de la inundación que arrasó con Loreto en 1908. Sin embargo, ésta no fue la única. Dos inundaciones ocurridas un año antes preanunciaron la tragedia y, sin embargo, los poderes públicos no tomaron los resguardos necesarios para preservar la vida y los bienes de sus moradores.

 

El 31 de diciembre de 1906, mientras los santiagueños y santiagueñas celebraban la llegada de un nuevo año, la compuerta intermedia de defensa del canal Tuama-Loreto, que estaba en construcción, se rompió por la fuerza de las aguas que comenzaron a entrar en la villa, ante el pánico de la población. Todo enero, luchando contra las adversidades y el calor, los vecinos se pasaron construyendo bordos alrededor de sus casas para evitar que el agua las arrasara. No sólo se había desbordado el canal, sino que el agua se había escurrido por el brazo seco del río Pinto, inundando campos y cultivos. “La zona se ha convertido en un mar con una pequeña isla que es Loreto”, afirmaba El Liberal.

 

Cuando todo hacía pensar que la villa estaba a salvo, sobrevino una segunda inundación, a los pocos días, a fines de enero de 1907. La creciente nuevamente rompió el bordo del canal, en El Yugo, e inundó casas y quintas. El 13 de marzo entró el agua a la villa, anegando plaza, escuela y muchas viviendas. Las familias, a la intemperie, esperaban ayuda que no llegaba. En abril, nuevamente se rompió el bordo improvisado a fuerza de trabajo y coraje de los moradores, que luchaban por preservar el poblado. El agua alcanzó 50 centímetros en algunas partes y en otras aún más.

 

Las familias huían de sus hogares, buscando lugares altos, presas de pánico, mientras los ranchos comenzaban a desplomarse y escaseaban los víveres. Los trabajos de defensa eran infructuosos. Al mismo tiempo, un centenar de hombres trabajaba denodadamente colocando bolsas de arena para detener la corriente, animados por un grupo de músicos que, al compás de bombo y violín les daban aliento, mientras el agua avanzaba implacable. En medio de llantos desconsolados, la gente se congregaba en la iglesia haciendo rogativas a toda hora. Un bordo alrededor del edificio contenía la gran masa de agua. Con el paso de los días recién las aguas comenzaron a descender. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: casas derrumbadas, enseres perdidos, el cementerio inundado y chacareros y quinteros con sus productos inutilizados.

 

Ante los hechos tan graves ocurridos el año anterior, en 1908 Santillán comisionó al director de Obras Públicas ingeniero Tomás Bruzzone para la prosecución de las obras del canal de Tuama, obras que no eran más que un paliativo, por cuanto la ampliación del canal y la construcción de la compuerta no se habían iniciado a la espera de fondos que debía aprobar el congreso nacional. El preanuncio de la tragedia comenzó en la capital santiagueña, jaqueada por la inundación a mediados de diciembre. El 19 la creciente rompió los bordos del canal a la altura del Yugo y el agua comenzó a avanzar, nuevamente amenazante, sobre la villa de Loreto.

 

El 20 se desencadenó la catástrofe; el 21 de diciembre de 1908 Loreto sucumbió al avance de las aguas que, en algunos puntos superaba los dos metros y medio de altura. A pesar de los esfuerzos de operarios y habitantes, no se pudo evitar el avance de las aguas. Faltaban brazos; los peones estaban extenuados luego de trabajar día y noche en forma agotadora. Los ranchos comenzaron a derrumbarse y las familias desesperadas, esperaban ayuda a la intemperie. Desde Loreto, a través del telégrafo, llegaban a Santiago los pedidos de auxilio: carpas, galletas para los peones, alimentos, ropa.

 

Si bien el gobierno provincial mandó por tren cuadrillas de servicio para reemplazar a los extenuados peones, 30 soldados y carpas y abrió una cuenta especial denominada “Gastos inundación Loreto”, todo fue inútil. La población estaba convertida en un lago. Casi todas las familias tuvieron que emigrar apresuradamente. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas fatales, según pudo constatarse en los libros de defunciones de la villa y de la estación Loreto, en el Archivo del Registro Civil de Loreto.

 

Esta vez se daba por descontado la total destrucción de la villa. Nuevas crecientes más el enlame producido con troncos y árboles que destruían las defensas e imposibilitaban que el agua retrocediese, hacían más dramática la situación. Se necesitaban botes para el traslado de personas ubicadas en los lugares altos, víveres para alimentarlas y abrigos. La ayuda no llegaba debido a la misma creciente que no permitía el arribo de botes, a la falta de trenes y a la inoperancia del gobierno provincial.

Antigua fotografía retocada digitalmente de la iglesia de la villa, antes de su destrucción.

Los pobladores emigraban: unos a la estación y otros sobre el río viejo. Todas las casas estaban inundadas, incluidas la iglesia y la escuela. Sólo el edificio del telégrafo, construido en una zona elevada, se había salvado y era el único contacto con la capital. A pesar de los esfuerzos de Bruzzone, que pedía auxilios desesperados, la villa fue abandonada. Las autoridades de la localidad se trasladaron a Chimpa Macho, a 15 cuadras al este de la villa. Cuando llegaron tardíamente los botes, mujeres y niños pugnaba por subirse a ellos, mientras las casas se derrumbaban y los hombres trataban de preservar muebles, ropas y mercaderías. Con los botes llegó también la ayuda del gobierno y se comenzó a distribuir víveres entre los pobres.

 

La Navidad de 1908 fue sin dudas la más amarga que pasaron los loretanos. Habían perdido todo. La población acampada en un lodazal esperaba ayuda, que demoraba en llegar. Sólo la iniciativa privada brindaba su apoyo y solidaridad a través de las comunidades extranjeras (especialmente la española), el Conservatorio Verdi y las conferencias de San Vicente de Paul de Buenos Aires. “Ya que el elemento nacional no se siente obligado a correr en auxilio de los que sufren hambre y enfermedades lo hacen los extranjeros”, denunciaba El Liberal. El Congreso Nacional no enviaba el auxilio de $20.000, al no sancionar la ley respectiva “por falta de quorum”. Una vez más, los representantes estaban ausentes a la hora de brindar el apoyo a sus representados.

 

La venerada imagen de la virgen de Loreto, según la tradición, fue salvada en un bote por el párroco Retambay y llevada a la capilla de la estación. De la antigua iglesia desaparecieron en la inundación, conforme al inventario realizado, sacristía, baptisterio, depósito, retablo, tabernáculo, barandas de madera, altares, túmulo, araña, tumba para pozos en los entierros, dos confesionarios de madera, un reloj de campana y uno de mesa, piano de cola, crismeras de plata, vinajeras, bujiario y dos pilas de agua bendita de mármol. Todo lo demás pudo salvarse.

 

La fecha de la inundación que destruyó Villa Loreto, 21 de diciembre de 1908, ya fue señalada por el historiador Luis Alen Lascano en su obra Historia de Santiago del Estero. Numerosas e invalorables fuentes ratifican esta fecha y describen paso a paso la forma en que se fue desarrollando la catástrofe, en particular la información contenida en la colección de El Liberal y de El Siglo -que permanecen microfilmadas en el archivo de El Liberal-, que describen las dramáticas jornadas.

 

Por tratarse del desborde de un canal, la inundación se produjo lentamente, dando la posibilidad, a la mayoría de sus moradores, de poner a salvo sus pertenencias y de alejarse de la zona anegada, pasando en botes al otro lado del río Pinto. Pero ¿por qué se destruyó Loreto? Ambos diarios dan cuenta de las penurias de la villa: Por un lado, una copiosa lluvia -del mismo día 21- dio “el golpe de gracia a la población” y por otro, el más grave, a partir del 22 de diciembre el agua siguió aumentando, porque el canal se encontraba obstruido aguas abajo con un gran enlame, originado por el estancamiento de los árboles arrastrados por la corriente, que formaron una ‘tranca’ en la embocadura del río Pinto.

 

Por la escasez de recursos y hombres el deslame se hacía imposible, según lo denunciaba el Ing. Bruzzone. Por esta causa, el agua permaneció estacionada en la villa y no pudo retroceder -por la diferencia de nivel- hasta tanto se concluyeron los trabajos emprendidos en el canal de derivación, aguas arriba de Loreto. La mayoría de las viviendas, construidas con adobe, no pudieron resistir el embate de las aguas y comenzaron a desplomarse ante la desesperación de sus pobladores. Si bien algunos habían emigrado en busca de lugares seguros, otros, los más pobres, permanecieron hasta último momento cuidando las pocas pertenencias que les quedaban.

 

Cotejada la documentación existente a la fecha y analizada contextualmente, se puede afirmar, con precisión, que la destrucción total de la Villa Loreto se produjo el 21 de diciembre de 1908 cuando las aguas alcanzaron, en algunas zonas, 2 metros y medio de altura, según lo consignan El Liberal y El Siglo. Los pobladores hicieron todo lo que pudieron por salvar sus vidas y bienes; la población se destruyó por la desidia de los gobernantes que no completaron la construcción de las compuertas que debían regular el paso del agua del río. El enlame hizo el resto, la antigua Villa de Loreto se convirtió en una laguna que permaneció anegada hasta enero del año siguiente.

 

Los loretanos recibieron el año nuevo del 1909 en medio del horror y la desolación.

 

Fuentes: FM Loreto Manta y revista Fundación Cultural (2007).

 

 

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