Trapitos al sol: la realidad de los cuidacoches en Santiago del Estero
En nuestro país son conocidos como "los trapitos", un oficio que en muchos casos representa una herencia familiar.

*Por Facundo Nicolás Vecino
Franelitas en México, Parquero en Colombia y Venezuela, Guachimán en República Dominicana. En toda la región de latinoamérica existen distintas denominaciones para “los trapitos”, como los conocemos en Argentina.
Con un pie en el cordón y otro en la calle. Con o sin pechera fluorescente que choca con la visión de los conductores. Por lo general vapuleados y confrontados por personas que les discuten y regatean las tarifas. Los vemos con un trapo o tela amarrada a la muñeca, haciendo señas hacia un estacionamiento delimitado o hacia una porción de tierra que adoptaron como espacio de trabajo. Pero qué hay detrás del trabajo de los trapitos.
En Santiago del Estero, el rubro es una herencia familiar. Es un trabajo generalmente cubierto por gente de zonas en las que se realizan eventos o donde hay una gran recurrencia de personas y vehículos. El tema de las zonas es una cuestión de antigüedad. Cada familia tiene su sector y sabe de qué lugar se encarga. Abuelos, padres e hijos, se organizan en grupos donde llaman a amigos o familiares cercanos en situación de necesidad para dar y repartir trabajo. Esto puede resultar una vía de salida o simplemente sirve para juntar unos pesos para, al menos ese día, refugiarse del erizante frío con el vapor de un plato de comida caliente sobre la mesa.
El laburo es simple: organizarse, hacer entrar y salir vehículos, cuidarlos y esperar una justa propina. En nuestra provincia, estas familias, que se conocen desde hace años, son llamadas por la Dirección de Tránsito Municipal, quienes tienen un listado de las familias que trabajan en el rubro desde hace décadas. Al referente de cada familia se le entrega una credencial, y son quienes se encargan de organizar su gente, realizar las cobranzas y repartir los pesos que se consiguen.
Un trabajo de las familias
La familia de Gisella
Gisella Carolina Ávila es una emprendedora. Trabaja cuidando niños, limpiando casas y como trapito en zonas más concurridas durante el año. Con lo que junta va comprando artículos y ropa para vender en ferias de forma particular. Hace 20 años que su pareja trabaja de trapito y ella empezó a quedarse a cargo e incorporar familiares o conocidos cercanos para repartirse el trabajo.
Luis junto a su familia
Luis Martin Vergara es santafesino, llegó a Santiago del Estero hace 40 años en el gobierno de Juárez con 30 años de edad. Trabajó toda su vida en negro, de chofer, playero, hombriador. “De lo que había, trabajaba” dice. Cuando llegó el gobierno de Macri quitaron las jubilaciones a los trabajadores informales y les entregaron una pensión que se fue actualizando con muy poca regularidad y con una tasa muy por debajo del aumento mínimo. Hoy en día vive de eso y de los trabajos que le ofrecen colegas, amigos y conocidos del barrio. Con todo esto pudo darle educación a su familia.
Luis manifiesta su descontento con el gobierno nacional y su contento con el gobierno de Zamora, “…Juarez te decía: ‘la provincia tiene superávit’, y ¿dónde estaba la plata? ¿por qué no se la daba al pueblo?…” y continúa, “éste… (en referencia a Zamora) … ¿viste las casas que da? no te da, te las cobra, pero a un precio que vos podés pagar. Aparte embelleció a Santiago, antes no era nada, era todo monte”, relata.
Tamara y su familia trabajan para ayudar a su madre
Tamara vive en La Banda, en el barrio Dorrego, tiene 31 años y es ama de casa, trabaja hace 20 años de trapito en la zona donde antes vivía. Heredó el rol de su madre que trabaja en ese mismo espacio hace 30 años, “es masajista recibida pero hace de todo un poco”.
Cuenta que hace un año le diagnosticaron diabetes a su mamá, pero que la tenía desde hace tiempo atrás, y que debido a su estado no podía seguir haciendo mucho para ganarse la vida. Por esto recurren a este emprendimiento familiar, para llevar unos pesos a la casa y de esa manera poder juntar entre todos y costear el tratamiento.
Al caer la noche, los trapos se doblan, las pecheras se guardan y los gestos de la calle se disuelven con el frío del invierno santiagueño. La cuadra deja de ser un campo de batalla y simplemente se vacía. Los que quedan son ellos, los que pusieron el cuerpo todo el día, vuelven a sus hogares, reparten lo conseguido. Casi dormitando abren la canilla de su casa para llenar la pava y descansar unas horas. Al otro día estarán, de nuevo, haciendo girar la rueda, haciendo bailar el trapo. Está claro que en este oficio, en esta economía de la calle, lo que existe no es miseria sino dignidad, trabajo familiar, persistencia, aguante.
BIO Facundo Nicolás Vecino. Tiene 20 años, es santiagueño y vive en La Banda. Es un apasionado de la fotografía y la escritura. Es estudiante de Comunicación Social. Si quieres conocer más sobre sus escritos, visitá su cuenta en Instagram.