La misteriosa persecusión de Chura
Una noche, un hombre y una danza con huesos: Jorge Rosenberg convierte la ciudad en un escenario donde la vida y la muerte dialogan en silencio.

Evoco una noche santiagueña, mucho antes del envejecimiento de las casas y alumbrado por una extraña luz, leo las lineas de mi mano.
Siento profundo que ha venido la luz de este domingo a cuestionar la vida, a clavar su estaca en el desierto corazonal.
El atardecer aparece religiosamente sobre las baldosas de las veredas que son levantadas por el árbol de la vida.
Veo, siento una metáfora solitaria en mí, nacida del primer día de otoño, hecha de hojas secas y pilpintos repetidos como diminutas comas, como puntos y comas de la prosa pesada y melancólica que la vida escribe en el aire.
El verano que pasó con sus torcazas ateridas y sedientas me hizo sentir la tristeza de vivir en grados limites, dejé de creer en la veracidad de las horas y los días: solo espejismos, solo fantasmas del amor, solo sueño. El tiempo se volvió un chañar miserable con incrustaciones de plumas, de ojos y de olvido.
Existe una compuerta cerrada que no nos deja navegar, existe una conspiración contra la vida.
Este fenómeno tal vez lo percibió Chura que andaba por tas calles de la cíudad bailando, haciendo sonar con sus manos, a modo de castañuelas, no palitos, no trocitos de metal sino huesos humanos; aquel mensaje de música, de canto y de danza, todavía quema mi pensamiento.
Chura quería comunicarnos algo, aunque más no sea emulando a La Charanga del Caribe, aquel sonido de huesos humanos en sus manos… ningún otro hueso de mamifero alguno podría ni siquiera parecérsele. Percusión que iba más allá de la vida, más allá de la tenebrosa existencia cotidiana.
Aquel hombre que bailaba en las puertas de las casas, una castañuela en cada mano, la confirmación de la soledad, el infortunio, la pobreza, el reinado de la muerte, la necesidad de partir y sin embargo quedarse. La muerte sería para él una puerta abierta a la posibilidad de acceso a una modalidad existencial más perdurable y deseable que la vida fugaz, precaria y dolorosa que padece el ser humano de este lado de la tumba. Entonces cantaba: ‘ahí vengo en mi caballito tan ligerito como el viento, me bajo en el cementerio y me pongo a tomar porrón*.
*Ahi vengo en mi caballito tan ligerito como el viento, me bajo en el cementerio y me pongo a vender turrón*.
Chura murió tirado en el frente del mercado de Abasto, insolado o congelado, pero repleto de alcohol. Nos dejó una metáfora, la de un hombre alucinado, bailando solo en una calle vacía, y en otra y en otra más. Eso es todo, una danza en una calle vacia, el viento norte, la soledad.
BIO Jorge Rosenberg (1948–2024) fue escritor y sociólogo, y una de las figuras centrales de la literatura del NOA. Licenciado en Sociología, vivió exiliado en Israel durante la última dictadura y regresó al país en los años 80. Publicó su primer libro de poemas, La pelota de la luna, en 1987, seguido por La siesta (1999) y Mis anotes (2015), además de integrar diversas antologías, entre ellas Poesía argentina. Siglo XX del Fondo Nacional de las Artes. Fue autor de las reconocidas viñetas El Zoco de la Buri Buri, difundidas en Nuevo Diario, y colaboró en medios culturales de toda la región. Impulsó la reedición facsimilar de la revista La Brasa y su obra se estudia en carreras de Letras de la UNSE y la UNT. Ejerció la docencia universitaria y ocupó funciones públicas como director de la Biblioteca 9 de Julio y subsecretario de Cultura de la provincia. Su producción literaria alcanzó proyección nacional e internacional.



