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¿Qué significa concretamente “ser masón”? ¿Era bueno o era malo?

Ariel Gustavo Pérez realizó un estudio para su obra sobre el General José de San Martín y analizó la influencia de la masonería en el país.

La palabra “masón” siempre aparece ligada al supuesto vasallaje de José de San Martín a la corona británica, con una carga de negatividad absoluta. Ser “masón” o pertenecer a “la masonería” condena al implicado casi sin juicio alguno como miembro de un grupo dedicado a actividades negativas, oscuras, esencialmente malas y que se deben rechazar de plano, sin el merecido análisis sobre su verdadera significación.

Esta característica comienza a colisionar con la realidad cuando aparecen los nombres de los masones argentinos y americanos, todos ellos héroes o próceres de nuestra historia, los cuales, siempre con diferencias y muchas veces enfrentados en bandos ideológicos contrarios, son innegables sus luchas por nuestra libertad, independencia, soberanía, educación, artes y cultura.

Leandro N. Alem, Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Justo José de Urquiza, Carlos Alvear, José Argerich, Juan Martín de Pueyrredón, José Roque Pérez, Raúl Alfonsín, Florentino Ameghino, Julián Álvarez, Miguel Azcuénaga, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Victorino de la Plaza, Santiago Derqui, José Figueroa Alcorta, José Ingenieros, Miguel Juárez Celman, Agustín P. Justo (padre e hijo), Marcos Juárez, Alejandro Korn, Crisòlogo Larralde, Moisés Lebenshon, Vicente López y Planes, Leopoldo Lugones, Juana Manso, Homero Manzi, Alfredo Palacios, Juan José Paso, Carlos Pellegrini, Guillermo Rawson, Bernardino Rivadavia, Dardo Rocha, Cornelio Saavedra, Amadeo Sabattini, Roque Sáez Peña, José Hernández, Hipólito Yrigoyen, José Matías Zapiola, Juan Larrea, Julio Argentino Roca, Tomás Guido, Gervasio Posadas, Juan Ramón Balcarce, Bernardo de Monteagudo, Agustín Donado, Pedro Agrelo, Federico Lacroze, Jorge Temperley, Mariano Billinghurst, José Moldes, Hipólito Vieytes, Mariano Moreno y hasta el cura Manuel Alberti fueron masones.

Considero innecesario continuar con los nombres, ya que la idea no es hacer un listado completo de ellos sino mostrar que la masonería fue un elemento necesario en nuestra historia de nacimiento como nación. También las demás repúblicas americanas en formación los tuvieron entre sus hacedores, como Bernardo O Higguins, José Miguel Carrera, Ramón Freyre, Manuel Blanco Encalada y Salvador Allende en Chile, o Hipólito Unànue, José de la Mar, José de la Riva Agüero, Luis Orbegoso, Francisco Mariátegui, Ramón Castilla y Guillermo Miller en Perú, o Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño y Antonio José de Sucre en Venezuela.

A riesgo de abundar en datos y cansar al lector, finalizo con los nombres de algunos masones famosos a nivel mundial en distintas áreas: George Washington, Benjamín Franklin, Theodore Roosevelt, Franklin Delano Roosevelt, Gerald Ford, Henri Ford, Harry Truman, Winston Churchill, Napoleón Bonaparte, Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Alexander Fleming, Oscar Wilde, Arthur Conan Doyle, Mario Moreno “Cantinflas”, Sigmund Freud, Louis Armstrong, Walt Disney, Martin Luther King, Mark Twain, Charles Lindbergh, Giusseppe Garibaldi, Mahatma Gandhi, Jack Dempsey, Rubén Darío  y Buzz Aldrin.

No deberíamos dejar pasar sin tomar debida nota de los masones integrantes de la Primera Junta de Gobierno nacida el 25 de mayo de 1810 para entender la importancia de su actuación en nuestra historia: Saavedra, Castelli, Belgrano, Moreno, Larrea, Matheu, Paso y Alberti lo eran, pero extrañamente, tal acusación recae casi exclusivamente sobre la cabeza de José de San Martín, como integrante de un grupo merecedor del rechazo público.

Ahora bien ¿dónde nace tal idea negativa sobre un conjunto de hombres que, al análisis de los hechos conocidos, fueron decididos y sacrificados actores de nuestros primeros años como nación libre e independiente, miembros de una institución cuya definición es ser una sociedad fraternal y filosófica en busca del perfeccionamiento moral e intelectual de sus miembros, promovedora de la tolerancia e igualdad basada en la libertad de conciencia, en busca del objetivo de mejorar la sociedad?

La masonería admite en sus filas a miembros de todas las religiones, siempre que sean tolerantes y respeten las opiniones de los demás integrantes, en busca de la verdad y el progreso moral y material de las personas. Tal vez la “demonización” de la institución masónica se explique por el rechazo a algunos de sus principios básicos, no tolerados por las ideas dogmáticas asociadas al poder religioso: “El hombre libre es aquel que tiene libertad para expresar sus pensamientos, no acepta imposiciones que atenten contra sus principios, ni está sujeto a la voluntad de un tercero. No está atado a ningún dogma que oscurezca su inteligencia y pervierta sus sentimientos y carece de vicios que lo esclavicen. Para ser hombre de buenas costumbres deberá obedecer las leyes del país en el que reside, venerar a su patria y honrar a su familia. Ser tolerante y respetuoso con las ideas políticas y religiosas de sus semejantes. Imponerse la seriedad de los conceptos, el decoro de las formas y observar una conducta moral y ética en su vida privada y pública”.

El primer requisito para poder ser admitido en la institución es “creer en un Ser Supremo”, al que no denomina con ningún nombre en respeto de la libertad de pensamiento consagrada.

El rechazo a la masonería tiene como raíz el enfrentamiento de poder entre la institución y el Vaticano como Estado Monárquico a cargo de un Rey, en este caso un Papa. La no sumisión de sus ideas y preceptos al poder eclesiástico en los siglos anteriores, fue mellando la relación hasta llegar a su condena como institución en 1738 y a la excomunión de sus miembros en 1821. Hasta el día de hoy, la Iglesia Católica considera la incompatibilidad de ser considerado Católico Apostólico Romano y pertenecer a una institución masónica. 

Por lo tanto, la corriente de historiadores más afines a la Iglesia, cercanos a las tradiciones de las Fuerzas Armadas y muchas reivindicatorias del hispanismo, sienten una fuerte necesidad de negar la pertenencia del Padre de la Patria a la masonería, por la (equivocada para mí) idea de la supuesta no creencia en la existencia de Dios por parte de José de San Martín, lo cual ha quedado perfectamente afirmado en innumerables documentos relacionados con su vida pública y privada. Tal vez, la inconsistencia de la idea tenga su raíz en la imposibilidad de distinguir “dogma” y “fe”, entendiendo por dogma una verdad revelada y definida por la Iglesia que debe ser aceptada por los fieles, a lo cual los masones se oponen, no así a la idea de la “fe” que profesan. 

La masonería ha sido rechazada por la Iglesia como una amenaza debido a su énfasis en la razón, la secularización y la separación de la Iglesia y el Estado, lo cual contradice la postura tradicional de la misma. 

Sin ahondar en un tema que no es el motivo de la presente obra, intentaré explicar la situación “política” más que religiosa que ahondó las diferencias entre ambos a finales del Siglo 18 y comienzos del 19, por ser el momento en que los masones pasan a ser un instrumento político y diplomático en búsqueda de los hombres que luego actuarán en favor de las independencias americanas. 

Para los liberales masones, el papado actuaba como aliado de las monarquías absolutistas que pretendían combatir, no diferenciando al Vaticano de los demás reinados. En especial, la alianza política de la Santa Sede y la Corona Española era monolítica, y la figura del Papa no se distinguía de cualquiera de los otros reyes absolutistas, gobernando un estado corrupto y en decadencia. Con respecto a las acciones de los patriotas americanos, la Santa Sede las había condenado muy firmemente por pedido del rey de España, prohibiendo a sus sacerdotes y fieles participar en ellas, lo que la convertía en una aliada estratégica. Muchos sacerdotes que colaboraban en la causa revolucionaria (principalmente franciscanos) tuvieron que elegir entre permanecer fieles a la iglesia o dejar sus hábitos, como lo hizo el fray Luis Beltrán a mediados de 1816, quien continuó en el Ejército de los Andes como Sargento Mayor de artillería. 

Documento del Papa Pío VII del 30 de enero de 1816:

“…Estamos persuadidos que ante los movimientos sediciosos que se producen en aquellos países, por los cuales nuestro corazón esta entristecido y nuestra sabiduría reprueba, vosotros no habréis cesado de inspirar a vuestra grey el justo y firme odio con que debe mirarlas. Nuestra misión apostólica nos obliga a buscar toda clase de esfuerzos para arrancar y destruir completamente la muy funesta cizaña de desórdenes y sediciones que el hombre enemigo ha tenido la maldad de sembrar allá. Vosotros lo conseguiréis fácilmente, si cada uno de vosotros quiere exponer con celo al rebaño los terribles y gravísimos perjuicios de la rebelión y muestra las calidades y virtudes notables y excepcionales de nuestro muy querido hijo en Jesucristo, Fernando, Rey Católico de las Españas. Recomendad la obediencia debida a nuestro Rey y obtendréis en el cielo la recompensa de vuestros sacrificios y de vuestras penas por Aquél que da a los pacíficos la beatitud y el título de Hijo de Dios”.

En definitiva, el problema entre los masones y la Iglesia Católica era un conflicto de poder político, no de ideas religiosas. José de San Martín creía en un Ser Supremo y nunca combatió la religión, ni sus ideas, sus fieles, sus iglesias o sus sacerdotes y nunca ocultó en toda su vida pública o privada tales creencias.

 

Fuente: Estudio previo para la obra de Ariel Gustavo Pèrez “El Plan de San Martìn. La ficha perdida”

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