La aventura de los Uturuncos: los guerrilleros santiagueños que tomaron la jefatura de Frías en Navidad de 1959
Protagonizaron la primera acción armada del Siglo XX en Argentina para capturar armas de la policía e iniciar la lucha por el retorno de Perón. Su líder llegó a conocer al Che Guevara.

Un delgado sujeto con uniforme de teniente coronel del Ejército Argentino apareció con paso resuelto, en plena madrugada, en la jefatura policial del departamento Choya, con sede en Frías. La guardia en ese momento se aprestaba a disfrutar la cena de Navidad, el 25 de diciembre de 1959.
Colgaba de su hombro una réplica de ametralladora de madera muy convincente y, con su vozarrón, les ordenó a los policías que formaran y se dejaran desarmar por supuestos soldados, porque a partir de ese momento esa dependencia quedaba bajo autoridad militar.
Lo acompañaban otros militares que tomaron las armas y obligaron a los policías a desnudarse antes de encerrarlos en una celda. Al jefe, que dormía en una pieza, lo encerraron bajo llave. A su líder lo llamaban “Puma”, por la sigla de combate “Por Una Mejor Argentina” y su nombre era Félix Serravalle.
Luego partieron en un increíble periplo por Catamarca y Tucumán, para internarse en los cerros y convertirse en el primer grupo disidente, en un movimiento que no obtuvo los respaldos prometidos para lograr un levantamiento general y lograr el añorado retorno del expresidente Juan Domingo Perón.
Ese episodio pasó a los anales de la Historia de Argentina como la primera acción armada, de una vorágine que terminaría en el espiral de violencia de los años `70. Pero este fue un golpe limpio, con mucha audacia y picardía.
Los Uturuncos son considerados el primer grupo guerrillero del Siglo XX al tomar la jefatura policial de Frías en la noche de Navidad de 1959, como parte del movimiento de Resistencia Peronista que reclamaba el retorno de Juan Domingo Perón.
Para ubicarse en el contexto, valga recordar que cuatro años antes Perón había sido derrocado por la Revolución Libertadora y, en enero de ese mismo 1959, había triunfado la revolución castrista en Cuba. El desarrollista Arturo Frondizi presidía el país desde hacía más de un año y el radical Arturo Miguel era el gobernador de la provincia, con la proscripción del peronismo.
Hay quienes atribuyen la dirección de los “Uturuncos” (en alusión a la leyenda quichua de los “hombres tigre”) a John W. Cooke, exdiputado peronista y exdelegado de Perón en Argentina, que tras el golpe de 1955 se refugió en Cuba, donde fue distinguido por su participación durante la invasión anti-castrista en Bahía Cochinos. Los jefes en Argentina eran cuadros de la Resistencia Peronista como Enrique Mena, Juan Díaz, Genaro Carabajal y Félix Serravalle.
El comando de Uturuncos fue organizado en Santiago del Estero con reclutas locales y de provincias vecinas y el asalto –realizado con ardid y sin derramar sangre- conmocionó a la provincia y al país. El plan era dar el primer paso para que estallara una rebelión cívico-militar para deponer al frondizismo y propiciar la vuelta de Perón, en ese entonces proscripto y exiliado.
El cabecilla del copamiento planeado para obtener armas fue el “Puma” Serravalle, un ferviente peronista y con contactos en la política nacional, que vivió casi anónimamente sus últimos años en La Banda.
En una entrevista imperdible del escritor y periodista Julio Carreras (h), Serravalle relató en primera persona ese episodio histórico. “Los que nos identificábamos dentro de un peronismo nacionalista habíamos quedado, después del golpe del 55, bastante desmembrados por todas la detenciones que hubo. Y nadie reaccionaba. Los militares le mentían a la gente… que el retorno de Perón…, pero nadie hacía nada”.
Entonces surgió la idea de crear “un ejército popular”, como el que había comandado Fidel Castro para deponer a Fulgencio Batista. “Y se nos prendió la lamparita. Entonces dijimos: nosotros vamos a organizarnos a través del Comando 17 de Octubre. En Santiago, en Tucumán -que era la sede- nos extendimos a Catamarca, a Salta y a Jujuy. A mí se me asignó la tarea de servir de enlace”, recordó Serravalle.
Entonces comenzó la tarea de enrolar voluntarios: “En Santiago teníamos células en todos los barrios. Pero el grupo original éramos seis santiagueños, y en Tucumán había… dieciséis. Porque nadie sale a la lucha así, sin armas… Lo nuestro ha sido una aventura muy particular. Más bien romántica”.
LOS PREPARATIVOS DEL GOLPE
Serravalle contó a Carreras que el grupo carecía de armas y lo único que tenían era una réplica que su padre –ebanista- le había ayudado a fabricar en su casa. El uniforme se lo proporcionó el teniente coronel Julián Pinto Bazán, que según recuerda era “compadre de Perón” y vivía en la calle 24 de Septiembre.
El campamento donde adoctrinaba a iniciados en la guerrilla urbana estaba en el barrio Chumillo, en la casa de Manuel Paz, donde funcionaba una ladrillería. En el Ferrocarril Mitre llegaban sus “soldados” desde de Tucumán.
Serravalle relató a Carreras que, en un principio, las autoridades del gobierno no desconocían de los primeros movimientos de la Resistencia Peronista. “A mí me llamó el gobernador Eduardo Miguel, a través del arquitecto (Dante) Del Vitto, que era ministro de Obras Públicas. Como sabía que formábamos parte de la Resistencia de Santiago del Estero, junto con el Negro Ibáñez -que fue concejal por La Banda- fuimos a la Casa de Gobierno y nos mostró que había llegado una cantidad de armamento nuevo: ahí es cuando aparecieron las primeras ametralladoras PAM. Eso fue en la Casa de Gobierno, donde es ahora la Jefatura de Policía (N.d.R: actual Centro Cultural del Bicentenario), ahí él nos hizo subir”.
Serravalle afirmó que esas modernas armas estaban destinadas a la policía y se lo había convocado a plegarse a la resistencia ante un supuesto golpe contra Frondizi y era un secreto a voces que mantenía contactos con Perón.
“Como nosotros teníamos un comando, que nos reuníamos en Tucumán, bueno, y entonces ya empezamos a ponernos los apodos de combate (…). Julito Santillán sabía ser vicegobernador, (era) de aquí de La Banda, el ingeniero. Entonces él nos dice bueno muchachos, quédense aquí con el arquitecto Del Vitto, que es de la misma riñonada que ustedes pa´que arreglen los detalles… era como decirle al zorro que vaya a cuidar el gallinero, ¿se da cuenta?”, rememoró.
Los Uturuncos comenzaron entonces a pergeñar un operativo para robar las armas de la jefatura de policía la noche del 24, pero no para defender a Frondizi sino para generar una convulsión que culminara con la vuelta de Perón.
“Pero nunca falta el imponderable. El doctor (Humberto) Carral Tolosa (N.d.R: uno de los fundadores del PJ santiagueño en 1945), que vivía en esa época en la calle Sáenz Peña, nos había preparado una damajuana de vino porque decía ‘qué santiagueño no toma vino la noche de Navidad’ con un narcótico. Pero saltó uno y dijo: ‘¿pero si hay alguno que no toma vino?’ Bueno, esa fue una duda. Sabíamos cuántos eran los policías que estarían en la Casa de Gobierno esa noche y cuántos seríamos nosotros: éramos veintidós”.
Serravalle recordó que “en nombre del gobernador íbamos a invitarles, diciéndoles que él había ordenado”. Además, contarían con el apoyo del combativo René Espeche, que era sindicalista de Luz y Fuerza, quien dispondría que sus hombres de Agua y Energía cortaran la luz. Los responsables de la telefónica también dejarían incomunicada esa zona.
En los conciliábulos alguien planteó qué hacer con ese “bocado demasiado grande” de tantas armas de última generación, porque luego no sabrían a quiénes dárselas.
Serravalle reflexionó y resolvió que el ataque sería en la comisaría de Frías, “porque a la gente, para que se te sume, tienes que demostrarle capacidad”.

LA TOMA INCRUENTA
El problema de los Uturuncos era el traslado de sus “tropas” hasta Frías. Serravalle había trabajado en Obras Sanitarias pero con la Revolución Libertadora de Eugenio Aramburu lo dejaron cesante junto a otros peronistas, que formaron una célula.
“De Obras Sanitarias sacamos el camión. Yo le imité la voz del viejo Alejandro Urlengue, que era el jefe del Taller, ahí en la calle Patagonia y Roca. Y le di la orden al sereno, de que se vaya a su casa a pasar la Navidad, cosa de no tener que violentar nada. Y el tipo se mandó a mudar; entonces, dejó el lugar sin guardia. Así que aproveché que había trabajado en Obras Sanitarias y saqué un camión, un Ford 7.000. Ya los compañeros me lo habían dejado cargado con nafta y con sogas, y en ese camión cargué la gente”.
Cerca de la curva de Luján, por la ruta 64, se sumaron otros militantes que provenían de Tucumán y llegaron a Frías cerca de las 4.30 de la mañana.
“¡Con esa ametralladora de madera! Con el uniforme de teniente coronel y todos mis muchachos los uniformamos de soldados”, recordó Serravalle que perpetraron la toma. “La Melitona Ledesma y las mujeres de Santiago nos ayudaron a hacer los uniformes. En Santiago estaba el Negro Uriondo que era el más chico, el Negro Chaúd, Cárdenas, Pocho, Toto Elías, un chico Díaz Ruiz, un muchacho que desapareció luego de que fuera intendente en Santiago, muy buen compañero que está desaparecido en Tucumán y el Negro Uriondo que después fue (se ríe) diputado nacional. Se da cuenta… él era el más chico, tendría 16 años. Se entusiasmaron con la idea”.
“En ese momento se producía el relevo de guardia. Estaban todos los agentes juntos. Estaban por celebrar la Navidad los que entraban y los que salían. Bueno. Me presenté diciendo que la revolución había triunfado, que me venía a hacer cargo de la Jefatura”, memoró Serravalle.
“Tenía cierta experiencia militar –acotó- pues en el servicio fui subteniente de Artillería, así que las voces de mando siempre me salían bien. Por eso fue que les dije ‘vengo a hacerme cargo de la Jefatura, así que todo el personal se me viene a formar aquí’. Y dirigiéndome a mis hombres: ‘a ver sargento, a ver subteniente, ordene la requisa de todas las armas’. Todos se pusieron ahí en fila… tenían la mesa lista ya para cenar un lechón que habían ‘confiscado’”.
Disfrazado de subteniente estaba Alberto Joroma, de Buenos Aires, Serravalle y Genaro Carabajal, de Tucumán, iba vestido como sargento de la Fuerza Aérea. Y el conductor del camión era un joven de apellido Velárdez.
“Todos estábamos uniformados, los agentes no ofrecieron ninguna resistencia (…). El jefe de policía en ese entonces era el viejo Arias, jubilado del Ejército, que estaba en la planta alta -en Frías la Jefatura tiene dos plantas, en una esquina (…). Bueno, el viejo había festejado abundantemente la Navidad y estaba dormido profundamente. Entonces fui, abrí la pieza, vi que estaba durmiendo, y lo encerré con llave”.
Así se apoderaron de 7 carabinas, 6 revólveres, 2 o 3 machetes e hicieron desnudar a los policías para apoderarse de sus uniformes y los encerraron en un calabozo.
LA HUIDA HACIA CATAMARCA Y TUCUMÁN
“Después fue todo fácil –aseguró Serravalle-. Cargamos el armamento que había allí, destruimos la estación de radio. También llevamos un cajón de vino, un lechón asado y tomamos el camino hacia Catamarca. Fuimos por Las Viñas, Las Cañas, salimos por Lavalle y entramos al territorio catamarqueño por Río Huacra”.
Pero se toparon con algunos controles: “En un destacamento policial que había en la frontera nos pararon. Y como el camión tenía un cartel que decía ‘Ejército Argentino’ –que le habíamos puesto nosotros encima del de Obras Sanitarias- les dije que estábamos en un operativo secreto y cómo nos iban a detener, si veían que era un camión militar. A así que los hice hacer salto de rana a los milicos que estaban ahí”, se jactó.
Luego se internaron en el Sur tucumano Concepción, Alto Verde, Alpachiri, Arcángel y tomaron el camino de La Banderita, en el Cerro Santa María, que divide Catamarca de Tucumán.
Los Uturungos ya conocían el terreno porque habían entrenado en el Cerro del Calá donde “queríamos formar una guerrilla rural y concretar una Zona Liberada”, según reconoció “Puma”. Se instalaron en los cerros y allí realizaron varias acciones militares, al emboscar una patrulla militar y provocar el desbande de los militares. También capturaron a varios guardias privados de los terratenientes azucareros, llamados “La Volanta”. a los que humillaron al obligarlos a desfilar desnudos frente a sus frecuentes víctimas de atropellos, los campesinos y obreros rurales.
Mientras tanto, desde algunas radios se leían sus proclamas, como lo hizo un periodista de apellido Karam de LV12, radio desde donde también les enviaban mensajes cifrados: “Cuando había peligro para nosotros, nos decían por ejemplo ‘para los chicos que están en vacaciones en los cerros: la Polka del espiante (se ríe a carcajadas) Y cuando no había problemas: Fumando espero… (vuelve a reír)”.
Pero las cosas no saldrían como esperaban, pese a apoyo inicial de los sectores que simpatizaban con el peronismo, porque pronto los dejarían completamente aislados.
Tras la audaz toma de la jefatura policial en Frías y de apoderarse de armas para iniciar un movimiento guerrillero que esperaba detonar la caída del gobierno y la vuelta de Perón, iniciaron un itinerario en Tucumán. Pero nadie se plegó al levantamiento y fueron capturados en los cerros tucumanos.
Serravalle siempre lamentó no haber recibido apoyo, ni del entonces gobernador Eduardo Miguel, quien según afirmó lo había contactado previamente, y ni siquiera del peronismo.
“Nunca nadie me dio ningún tipo de apoyo; quedé librado a mis propios recursos, directamente. Nunca renegué de nada porque cuando salí a luchar, salí dispuesto a perder la vida. Y recibir alguna cosa me hubiera convertido en mercenario. Y yo creo que un hombre que se vende por un precio no puede representar a nadie”, sentenció.
Serravalle pasó varios en prisión, hasta que fue liberado y vivió el resto de su vida en La Banda, hasta que falleció en 2004. En su casa de calle Sarmiento afirmó haber mantenido una entrevista con el Ernesto Che Guevara “cuando pasó por Santiago del Estero en 1965. Y le dije al Che que no se fuera a luchar a Bolivia. Como él estaba decidido le di el nombre de alguna gente que yo tenía en Bolivia: el Coco y el Inti Peredo”. Según contó, intercambiaron sus experiencias guerrilleras, aunque él prefirió no seguirlo por su decepción con ese tipo de acciones revolucionarias.
Fuentes: diario El Liberal de la época, entrevista realizada por Julio Carreras en 1998, que no se publicó en ese matutino, pero se encuentra disponible en Internet, y el libro del mismo escritor.