“Un simple tatuaje le puede cambiar hasta el estado de ánimo diario de una persona”
Conocé la historia de vida de Franco Díaz, dibujante y tatuador santiagueño, desde sus primeros trazos en su piel hasta llegar a una amplia clientela que valora su labor artística.

Por Omar Estanciero
(Redacción El Librepensador)
“Aprende las reglas como un profesional, para que puedas romperlas como un artista”. La frase fue acuñada por Pablo Picasso, el genial artista que es inspiración de aquellos que se inician en el camino de la pintura. Y aunque sus reflexiones no hayan sido las más divulgadas, toda su obra fue para distintas generaciones de artistas, una invitación a experimentar con las reglas del juego para crear algo nuevo, porque el arte siempre requiere eso: ser creativo.
Franco Díaz empezó en Santiago del Estero imitando los dibujos de su padre Walter. El famoso dicho “no tienes como errarle…” en Franco se aplica: “mi padre es pintor y letrista de cartelería comercial; mis hermanos también dibujan, pero yo siempre seguí los pasos de mi papá. Dibujar me traslada siempre a ese mundo que aprendí de niño”, comenta el hoy joven tatuador de 30 años, en una entrevista con El Librepensador.
Retratos de personas trasladados al papel, fueron un comienzo que luego lo llevaron por el camino del muralismo en la adolescencia, con la técnica de las pinceladas, luego las aerografías y los cuadros.
Desde su oficio de tatuador, Franco encontró una manera de expresarse en la vida, y eligió este tipo de arte que lo conecta con mucha gente que, de simples clientes, pasaron a ser hasta sus amigos, porque conoce sus historias de vida más fuertes, y el tattoo apareció allí para plasmar en el cuerpo esas vivencias que quedan guardadas para toda la vida.
“Estuve mucho tiempo dudando si el tattoo era lo mío. Era plata fácil al principio, pero después terminé dándome cuenta que era algo más que eso y aquí me quedé. Hoy es mi pasión”, revela.
Un camino lleva a la otro
A los 19 años la vida lo sorprendió siendo padre. Esa obligación lo llevó a rebuscársela aprovechando su talento con la pintura. “Con el nacimiento de Santino tuve que salir a la calle a vender mis cuadros, hasta que un día, apareció una persona que le gustaron mis trabajos y presintió que yo podía dedicarme al tatuaje”.
Lo que pareció una simple sugerencia terminó siendo para Franco un camino que lo condujo a cosas que no estaban en sus planes. Gonzalo Martín se llama el tatuador que le pidió trabajar a su lado, para seguir con el arte de dibujar, pero esta vez sobre las pieles de las personas.
“Él me mostró otro mundo y empecé a trabajar con el tattoo de lleno”, cuenta Franco, en lo que fueron sus primeros trazos practicados en su propio cuerpo, para luego volcarlo en los clientes. Dos semanas de aprendizaje en Buenos Aires para después arrancar de lleno como tatuador en La Banda, en el estudio que tenía Gonzalo, el único en esa ciudad hace poco más de 10 años. Tan solo un año le vastó aprender del oficio para lanzarse en forma independiente.
Talento, constancia y disciplina
Antes de dar ese gran paso con el tattoo, Franco evoca otros caminos recorridos: desde sus trabajos en chapa y pintura, pero si descuidar el arte de dibujar, sus inicios estuvieron marcados por algunas peripecias que le dieron un sabio consejo: primero un accidente en la vista durante la adolescencia, después un accidente cerebrovascular (ACV) durante la pandemia y la muerte de su abuela por un cáncer, fueron tres sucesos shockeantes. Hechos que marcaron un antes y un después, aprendizajes que lo llevaron a pensar cómo seguir sin frustrar su sueño.
“Fue tocar a fondo para poder renacer y valorar lo que sabía hacer”, comenta con cierta desazón, pero con el arte como sanación y motor fundamental para cerrar heridas. “Mi estudio se llama Blond Tatoo Estudio -cabello de ángel dorado- por mi abuela. Alguna vez quise ser cirujano para poder desde la medicina ayudar a otras personas como hubiese querido hacerlo con ella”.
Con otras herramientas parecidas a la de un cirujano, Franco encontró su forma de estar al lado de las personas. No son simples clientes, por eso él prefiere hablar de otro tipo de conexión: “Yo a mis clientes trato de llevarlos a lo espiritual y conversar mucho previamente sobre por qué quieren hacerse un tatuaje y en qué parte. Con muchos terminó forjando una amistad porque a través del dibujo he conocido historias de vida que son muy emocionantes y mis trabajos quedan perpetuados en sus cuerpos. Es muy fuerte eso para mí”.
“Cuando tuve el ACV resignifiqué todo. Valoré mucho mi trabajo de tatuador porque el tattoo es para toda la vida, y lo que yo hago es valorado por el cliente”, cuenta desde su estilo vinculado al realismo, retratando rostros de personas, de la naturaleza, animales, cosas.
Derribando prejuicios
Hay una verdad innegable y es que el tatuaje es una marca indeleble, por eso Franco es consciente de tamaña responsabilidad: “Mis trabajos terminan siendo un marketing andante. Desde la atención que brindo hasta el dibujo plasmado en los cuerpos de las personas dicen todo para mí”.
Como ocurre con cada trabajo, los prejuicios y cambios de paradigmas en torno a este tipo de arte están al orden del día, y sobre ello este trabajador del oficio da su punto de vista: “Yo respeto las opiniones de quienes no les gusta el tatuaje. No tengo choques directos con esas personas, pero si debo reconocer que hay un cambio de miradas en torno a este arte. Me ha tocado tatuar a personas de más de 70 años y me piden un ave fénix en un brazo, por ejemplo. Mi padre y mi madre tenían también su prejuicio, pero ya tienen sus tatuajes”.
Franco también ha realizado tatuajes para tapar cicatrices, o en personas que atraviesan alguna enfermedad terminal y buscan a través de un dibujo sobre la piel cerrar ciclos tristes en su vida. “Un simple tatuaje le puede cambiar el ánimo diario de una persona”, reflexiona, para dimensionar lo que cada persona elije qué hacer con su cuerpo.
Así como un músico recuerda su primera canción compuesta, Franco recuerda patentemente su primer tatuaje: una clave de sol.
El trabajo más complejo: El tatuaje en la espalda.
El pedido más raro: Un cliente le pide tatuar una línea sobre su cuerpo en la misma fecha de cada año. Empezó desde el cuello y su idea es cubrir línea por línea hasta rodear todo el cuerpo, en forma de pincelada.
Dejar un legado
Desde los clásicos tribales hasta dibujos de un coyuyo o guardas indígenas de la cultura del Chaco Santiagueño, aparecen como los trabajos que más le solicitan a Franco Díaz, y por supuesto los infaltables retratos de personas y otros pedidos especiales que pasan por su mano creativa.
Aunque tiene un largo camino por recorrer, hay algo que el padre y artista sabe que hizo bien: su hijo Santino tiene diez años, ya sabe algo del oficio y su madre fue su primera clienta en el tatuaje.