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El tiempo en que en Santiago se quemaban “brujas” en la hoguera

A propósito de “La noche de brujas” o Halloween, ritual que se introdujo en el país y la provincia, cabe recordar que en el Santiago del Estero colonial también hubo procesos similares que terminaron con mujeres –sobre todo- ajusticiadas por hechicería. Una faceta oscura y poco conocida de nuestra historia.

En Santiago del Estero se introdujo desde hace algunos años la festividad de “Halloween”, cuyo origen es discutido, pero se remonta a Irlanda y Escocia, y algunos autores sostienen que podría haber sido una celebración pagana de los celtas que luego se cristianizó como “Víspera de Todos los Santos”, tras lo cual fue introducida por inmigrantes en EE.UU. Lo cierto es que se popularizó y se vinculó a las leyendas de brujería, extendiéndose a otros países. Pero lo poco conocido por estas latitudes es que en Santiago del Estero la cacería de brujas existió siglos atrás.

 

“La salamanca de Lorenza” es un libro de la historiadora Judith Farberman, que rastrea en los archivos coloniales sobrevivientes los juicios por hechicería en la gobernación del Tucumán colonial, y expone un pasado casi olvidado de Santiago del Estero.

 

Farberman es historiadora, investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Quilmes, que periódicamente visita la provincia y ahora se encuentra abocada al estudio de los comuneros en la zona sur de Santiago, durante la colonia española.

 

Aunque esos procesos judiciales no son demasiado conocidos y muchos se perdieron por el poco apego -durante siglos- a la conservación de archivos (tendencia que empezó a revertirse hace unos años), Farberman logra rescatar una veintena de juicios de Santiago del Estero y provincias aledañas, en lo que antiguamente se conocía como el Tucumán.

 

“Es importante que quede claro que ésta es Justicia Civil, es decir que no se trata de procesos inquisitoriales. Y, por otro lado, hay otra cuestión: la mayor parte de los reos, en realidad, son reas, son mujeres”, advierte en su prólogo.

 

Con esa prueba documental reconstruye el juzgamiento mayoritario de mujeres indígenas y de color, sospechadas de matar o «asimplar» (volver tontos, mansos) a sus esposos, a las que se atribuyen «daños» y, que, en muchos casos, culminan con la ejecución de las acusadas. Hay muy pocos hombres que figuran llevados a proceso.

Farberman trabajó sobre los casos en el Archivo Histórico de Santiago del Estero, con la colaboración clave de su director Juan Viaña, en los archivos que sobrevivieron al paso de los siglos. En Tucumán y Córdoba no encontraría más que algún caso aislado, aunque podrían haberse perdido algunos documentos, pero de todas formas consideró que en nuestra capital se centraron las persecuciones de hechicería.

 

En los casos indagados casi siempre se originan con denuncias de los patrones españoles que manejan explotaciones o las reducciones –donde eran obligados a trabajar- porque los indios desaparecían para la época en que maduraba la algarroba y durante semanas se embriagaban, bailaban y tenían sexo promiscuo en lo profundo de los bosques, según los informes de la época.

 

Esa deserción temporal, porque luego regresaban a sus tareas, resentía la producción y para los conquistadores se trataba de prácticas emparentadas con la brujería, argumento que daría pie a una persecución despiadada, que no fue constante, sino por oleadas.

 

RAMÍREZ DE VELASCO, UN PURITANO EXTREMO

El gobernador colonial Juan Ramírez de Velasco es tristemente célebre por jactarse de las piras ardientes que dejó en la zona de Tuama, a fines del siglo XVI, después de mandar a la hoguera a numerosos “hechiceros”.

 

Este español llegó el 15 de julio de 1586 a la aldea de Santiago con su esposa Catalina de Ugarte y una comitiva de sirvientes indios y soldados, designado gobernador por el propio rey Felipe II. Era oriundo de La Rioja, España, y había servido en las campañas de Italia, Flandes, Portugal y Granada desde los 16 años. A los 45 ya era general. Gobernó hasta 1593 y en su gestión fundó Todos los Santos de la Nueva Rioja, hoy ciudad de La Rioja.

 

En su mandato sobresalió por su puritanismo inflexible, con castigos extremos y ejemplares. Primero contra la soldadesca que llevaba una vida disoluta y tenía por costumbre el amancebamiento, con varias indias cada uno. También se ocupó de casar a las doncellas hijas de españoles y, a las que no pudo unir, las recluyó en el monasterio.

 

En su cruzada moralizante llegó a sentenciar a la hoguera a un sujeto que confesó practicas la sodomía desde hacía 20 años, llamada con pudor “vicio de del pecado nefando”.

Juan Ramírez de Velazco.

Orestes di Lullo en su libro “Santiago del Estero: muy noble y leal ciudad” dice: “Como resultado de estas medidas, algunos españoles huyeron a los montes con las mancebas indias, entre ellos un vecino de San Miguel, Juan Bautista Muñoz, hijo de Juan Bautista Bernio, quien en 1586 se refugia en los bosques con las cuatro indias que poseía, siendo capturado por una comisión que se mandó al efecto y condenado a muerte”. Pero aclara que -afortunadamente para él- la sentencia no llevó a cumplirse.

 

Di Lullo señala que “del mismo modo se condujo contra los hechiceros, condenando a la hoguera a muchos de ellos, pues su abusiva intromisión traía perjuicios más que beneficios y había que extirpar esta práctica, no solo entre los indígenas, sino también entre los españoles, pues ciertos frailes, por la necesaria intervención de la iglesia en casos de ‘posesión demoníaca’, habían creado sólidos prestigios de exorcisadores y curaban los embrujamientos que ‘producen dolores, enfermedades y muerte’, tanto en los mismos como los mismos indios”.

 

“Arderían las piras en la ciudad de Santiago como un símbolo de purificación de las costumbres –evocó Di Lullo-, pero el Gobernador sería considerado como uno de los más crueles representantes de aquellas épocas bárbaras, de tormentos, de Inquisición y Santo Oficio”.

 

Di Lullo incluso considera en su obra que Ramírez de Velasco “cumplió con su deber” y recuerda que en Estados Unidos “ajusticiaba a todo el que no confesara ser brujo” y que hasta entrado el siglo XVIII en Europa se envió al tormento y la hoguera a muchos acusados de brujería. Los juicios de Salem son los más recordados en el país de Norte, cuando un grupo de niñas apuntó a un gran un número de vecinos que terminaron en la hoguera.

 

EN EL SIGLO XVIII SE MULTIPLICAN LOS JUICIOS DE BRUJERÍA

Farberman indica que en el siglo XVIII se dieron algunas oleadas de juicios en Santiago del Estero, donde varias mujeres y sus hijas y nietas fueron sucesivamente juzgadas. Un dato curioso es que los procesos -al menos los que sobrevivieron- no fueron llevados adelante por la Santa Inquisición, que tenía su sede en Córdoba, pero delegados en todas las ciudades coloniales, sino por las autoridades civiles.

 

Señala que se trataba de jueces, fiscales y defensores legos, que no eran abogados, que en su mayoría eran cabildantes y que pertenecían a los «vecinos principales» de la ciudad.

 

Hay una atribución preternatural a ciertas enfermedades y muertes, por las que se acusa a estas mujeres y una atribución causal a algunos hechos curiosos que son vinculados a la hechicería: el parto de animales (pescados, sapos, arañas) o de elementos como hilos o huesos que eran endilgados a brujerías.

 

Farberman considera que la ingesta accidental de trozos de hilo no era inusual en mujeres que se dedicaban justamente a la costura y la hilandería, entre sus actividades domésticas. Pero al aparecer entre sus deshechos se consideraban una prueba contundente del hechizo.

 

Para contrarrestar esos males se suele intimar a las sospechosas a que los anulen, pero cuando no lo hacen, se echa mano de curanderos o «médicos» para que los reviertan. Esos mismos testigos son utilizados luego para fundamentar la acusación, pero a veces hasta ellos mismos terminan juzgados.

 

También es curioso el origen de la «salamanca», como hibridación de tradiciones españolas y precolombinas. Las reas son sometidas a una serie de torturas espantosas como el “potro” (estiramiento de las articulaciones) o el «sueño español» (los cuerpos son izados con sogas y se les quema la planta de los pies), donde confiesan una serie de hechos y relatan su iniciación.

 

También apunta a hipocresía social en esa sociedad rígidamente estamentada, con autoridades españolas, criollos, indios y esclavos africanos: era frecuente que muchos integrantes de la clase dominante acudieran a las hechiceras o curanderos que después terminaban acusados.

LA «SALAMANCA»

El lugar donde se reúnen es en el monte tupido, casi impenetrable, donde no hay cuevas en la predominante llanura santiagueña. El diablo es identificado como un español, con intermediarios indios o mulatos, que exigen sangre de los iniciados para entregarles los insumos para causar males.

 

En ese lugar los salamanqueros ingresan desnudos y hay música y baile (fandango). En algunas de las supuestas confesiones se señalan algunos animales como chivatos o una serpiente, como entidades diabólicas. Y considera que la incorporación de otras bestias es producto del imaginario que enriqueció los ritos con el paso de los siglos.

 

La salamanca española, donde la Inquisición ubica los encuentros de brujos, se realiza en cuevas precisamente. Y se emplean libros prohibidos para los conjuros, algo que no sucede en el Tucumán, con una población mayoritariamente analfabeta.

 

En los juicios locales, no llaman salamanca a esas reuniones prohibidas, denominación que es muy probable que provenga de los jueces españoles y su concepción de la brujería europea: la idea de cuevas y de lugares de aprendizaje proviene de la península ibérica. Un detalle es que los indios juzgados hablaban quichua, en su mayoría, por lo que las traducciones se hacían de acuerdo a la concepción de los españoles.

 

Otro detalle llamativo es que el supay, el diablo, es descripto a menudo como un español.

 

Los documentos recolectados muestran que los españoles condenaban los ritos de la maduración de la algarroba, entre julio y septiembre, cuando los indígenas se internaban en los montes y durante días bebían aloja y donde había celebraciones y promiscuidad sexual.

 

En ese tiempo, los nativos además se sustraían al trabajo de los encomenderos, que era una prioridad para las autoridades españolas. Farberman deja entrever que en ese contexto puede haber surgido la idea en las autoridades españolas de reuniones hechiceriles. Por otro lado, considera que aún los españoles creían en la brujería y que, muchos de ellos, acudían frecuentemente a los curanderos y hechiceros o curanderos que después terminaban acusados.

 

  • Las imágenes ilustrativas provienen de la película Akelarre (2020) y a Wikipedia.

 

 

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