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El “falso inca” que aterrorizó a Santiago del Estero y la región del Tucumán

En el Siglo XVII esta zona se vio convulsionada por un levantamiento de los calchaquíes encabezados por un andaluz que se proclamó descendiente de los incas. Su increíble aventura, con un trágico final.

En el Siglo XVII estas tierras fueron el escenario de uno de los levantamientos de los feroces calchaquíes encabezados por un personaje que se proclamó heredero de la dinastía incaica y que puso en vilo al dominio español. Jugó a dos bandas y, como era de esperar, su final fue trágico. Su rebelión fue aplastada y un 13 de enero de 1667 fue ejecutado.

 

Pero, para conocer su aventura, hay que remontarse varias décadas antes. Pedro Chamijo llegó a Perú en 1620, con el sueño de riqueza fácil, como muchos de sus coterráneos. Era andaluz. Tomó el apellido Bohorquez de un clérigo y se hizo pasar por su sobrino. Engañó a virreyes con la quimera de la ciudad de oro de Paitití, la mítica ciudad de oro en el río Marañón. Para eso logró financiamiento para su empresa basada en meros rumores, por lo que fue descubierto y huyó. Pero lo apresaron y enviaron al Sur de Chile, de donde escapó.

 

Atravesó los Andes y subió al Norte seguido por su fiel Cármen, una mestiza a la que rescató de las calles peruanas y que lo introdujo en la cultura incaica. Fueron hacia la gobernación de Tucumán, donde serían protagonistas de la Tercera Guerra Calchaquí. Las diferentes tribus de esa nación fueron las que más tiempo resistieron la invasión española, durante más de un siglo.

 

En mayo de 1656 emprendieron su encuentro con la Historia. Chamijo, o Bohorquez, quería ser coronado como Inca, jefe supremo de todos esos pueblos. ¿Será posible tamaña osadía tras la desaparición del imperio incaico?

 

El escritor Roberto Payró reconstruye ese encuentro en las grutas de Choya -actual territorio de Catamarca- con los curacas, los jefes tribales, en mayo de 1656.

 

“Pedro Bohorquez se reúne con los caciques de los Valles Calchaquíes para convencerlos de que es el último descendiente del imperio incaico. ¡Nada menos!

-¡Soy el Huallpa Inca! Descendiente de Manco Capac y Mama Oclo. ¡Vuestro soberano! Y los he convocado para unir sus tribus y echar de estas tierras a los españoles invasores, que reparten a nuestros hermanos y los esclavizan… Nuestras familias separadas por los encomenderos viles. Tantos muertos a latigazos o en las minas… Nos están exterminando. Por eso debemos ya enviar el hacha de guerra a cada tribu…

Bohorquez los incita a la rebelión. Aunque parezca poco creíble, los seduce con sus planes y lo aceptan como a un soberano inca aunque sepan que es un español.

El cacique Luis de Machigasta mete el dedo en la llaga, pero el curaca de Tolombón salva la situación…

-¿Y tú, hijo de qué rey eres?

-Calma. Ya habrá tiempo para discutir eso, lo interrumpe el anfitrión.

Cármen sonríe satisfecha. Bohorquez ha dado el primer paso para unificar las tribus calchaquíes contra el ocupante español. El mestizo aliado, Luis Enríquez, no lo puede creer”, cuenta Payró. Enríquez será su general, que cosechará numerosos triunfos y asolará los asentamientos españoles, con los que cumplirá su venganza por las atrocidades sufridas por su madre.

 

Poco se sabe de la vida de Bohorquez, que vivió entre 1602-1667, que en realidad era un andaluz aventurero y expresidiario con intenciones de crear su propio reino. Por un lado, el “falso Inca” apoyaba la resistencia de los calchaquíes y les prometía hacer de nexo con los españoles para solucionar sus problemas, mientras los impulsaba a expulsar a los españoles de sus tierras que amenazaban su libertad.

A su vez, los calchaquíes, que no tenían un gobierno centralizado, lo aceptaron como líder para negociar con mejores perspectivas frente al español. Pero, los españoles por su parte, desconfiaban de Bohorquez y lo utilizaban para obtener información acerca de los tesoros y minas que habían ocultado de los codiciosos conquistadores en las tierras del valle, y también para frenar los ataques de los nativos. Esta trama de intereses y de vínculos tuvo connotaciones particulares ya que generó un cuadro de intrigas hasta hoy difícil de explicar.

 

Pocas noches después de convencer a los curacas de su liderazgo, Bohorquez consigue entrevistar al gobernador del Tucumán, Alonso Mercado de Villacorta. Le propone pacificar a los calchaquíes y sus tesoros, a cambio de ser reconocido como un soberano inca. La tentación es demasiado grande como para que Villacorta rechace su propuesta a cambio de acceder a la ubicación de sus huacas y minas, hasta de la ciudad de oro “Paitití”. Como prueba le entrega dos pepitas de oro.

 

Villacorta consulta al padre Hernando de Torreblanca, quien desconfía de Bohorquez, pero, como todos los actores, cree poder obtener un beneficio del estrafalario personaje si sirve para calmar a los calchaquíes, que rechazan incluso hasta los curas evangelizadores.

 

Con la aprobación del gobernador, Bohorquez y Cármen inician de inmediato un periplo por los pueblos de los valles, agitando a las tribus contra los invasores. Los españoles no los molestan, como prometió el Villacorta, y eso hace creer a los indígenas en su poder.

 

El 30 de julio de 1657, el falso inca es recibido con honores en Londres (Catamarca), junto a su consejo de caciques, en una fiesta popular. El acto es concebido como una afrenta al rey de España y América por algunos de sus súbditos. Pero Villacorta no los oye.

 

Pero la desconfianza comienza a reinar entre las partes. No aparece ningún tesoro prometido y las tribus se preparan para el levantamiento, hartas de la explotación española. Al marcharse Bohorquez, el obispo Melchor Maldonado lo sorprende con una frase premonitoria: “El único tesoro que nos darán serán flechas…”

El lugarteniente de Bohorquez, Luis Enríquez, un indígena por el que corre sangre española y que desea vengar el ultraje de su madre, da el ultimátum: los caciques y curacas dicen que ha llegado el tiempo de guerra.

 

Bohorquez vacila. Se instala en Tolombón y la fortifica. Pero pronto se entrega a la vida de monarca, llena de placeres, y se casa con hijas de caciques. Aunque poco tiempo dura la bonanza.

 

Sus espías en Londres le revelan que Villacorta recibió órdenes del virrey del Perú de prenderlo vivo o muerto. El falso inca llama a la guerra contra el español, con un ejército de unos 6.000 hombres. Sus huestes arrasan rápidamente con los pueblos de Choromoros y Yacay. Pero asedian a varios más. Villacorta pide ayuda al Perú.

 

Santiago del Estero es una aldea cabecera de las expediciones fundadoras y se ve perjudicada por las incursiones que la aíslan del Alto Perú y con el temor permanente a los ataques.

 

Villacorta se ve impotente para sofocar la rebelión por falta de tropas y municiones. Entonces, después de vacilaciones, se acantona con sus escasos soldados en el fuerte San Bernardo, construido en 1634, cerca de Salta. Allí, providencialmente recibe pólvora de Perú, cuando todo parecía perdido para ellos, por lo que rechazarán los embates del “falso inca”.

 

Luego de otras batallas y refriegas, la incompetencia de Bohorquez y su constante doble juego terminan por decidir su suerte: sus tropas lo repudian y lo desprecian, mientras que los españoles ya no creen en sus fantasiosas promesas y lo apresan. Es enviado al Perú, para ser juzgado, de donde esta vez ya no podrá escapar.

En 1665, tras la derrota, los Quilmes son obligados a marchar al destierro al actual territorio de Buenos Aires, en cuya travesía mueren miles, como adelanto de la desaparición de esa etnia en esa tierra extraña.

 

Orestes di Lullo dice escuetamente que Villacorta se dio a la tarea de “terminar la pacificación de los calchaquíes, a cuyo frente continuaba el caudillo D. Pedro Bohorquez. Muerto en el garrote éste el 13 de enero de 1667, D. Alonso pudo respirar tranquilo. Había reducido la segunda sublevación de los calchaquíes y las provincias vivirían en paz, después de una larga guerra”.

 

Cármen habría sobrevivido a las peripecias y finalmente se entregó a Villacorta, para sumarse a su servidumbre. Pero fue descubierta cuando intentaba envenenar al gobernador para vengar a Bohorquez, por lo cual huyó y, al verse acorralada por los españoles, se quitó la vida arrojándose de un barranco, según cuenta Payró.

 

Los valles quedan despoblados y la economía del Tucumán se vería afectada durante décadas. Culminaba así una de las guerras más extensas, que duró cerca de un siglo, con la resistencia calchaquí al dominio español. La intervención de Bohorquez no alivió el conflicto porque no cumplió con sus promesas con ninguna de las partes. Un capítulo muy interesante de sus andanzas se encuentra en “Calchaquí”, del catamarqueño Adán Quiroga. Mientras que el escritor Roberto Payró noveló su vida en “El falso inca” (1905).

 

 

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