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De las invasiones inglesas a las presiones de Trump: la historia que vuelve a tocar la puerta argentina

La advertencia del presidente norteamericano despertó un sentimiento tan antiguo como persistente: el rechazo a que otros decidan nuestro destino.

Por Gabriel Coronel Chalfón

Cuando Donald Trump advirtió desde la Casa Blanca que “si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina”, el eco de sus palabras no solo resonó en los pasillos del poder. Llegó también a la calle, a los cafés, a las sobremesas familiares y a los rincones donde la gente común traduce la política en una sensación más primaria: la de dignidad herida.

En un país que ha sufrido invasiones, bloqueos y presiones externas desde su nacimiento, la advertencia del presidente norteamericano despertó un sentimiento tan antiguo como persistente: el rechazo a que otros decidan nuestro destino.

Un país con memoria

No es la primera vez que los argentinos escuchan el sonido de una amenaza extranjera.

En 1806 y 1807, cuando las tropas británicas desembarcaron en el Río de la Plata, fueron los propios vecinos —hombres y mujeres del pueblo— quienes se organizaron para defender las provincias unidas y expulsar a los invasores. 

También sucedió lo mismo con el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata (1845-1850), una operación naval de Gran Bretaña y Francia contra la Confederación Argentina liderada por Juan Manuel de Rosas cuyo objetivo era forzar la libre navegación de los ríos interiores argentinos, especialmente el Paraná.

Esos gestos de coraje popular se convirtieron en una de las raíces más profundas del sentimiento nacional.

Esa misma llama vuelve a encenderse cada vez que el país percibe un intento de condicionamiento o subordinación. Por eso, las palabras de Trump no solo provocaron debate político: tocaron una fibra sensible del ser argentino, esa mezcla de orgullo y desconfianza hacia los poderosos del norte.

Entre la necesidad y la dignidad

La advertencia de Trump —condicionar la asistencia financiera de EE. UU. al resultado electoral del 26 de octubre— dejó a la vista una tensión histórica: la que existe entre la necesidad económica y el deseo de independencia plena, política y económica.

Argentina, atravesada por crisis cíclicas y dependencias financieras, sabe que cada dólar externo puede ser un alivio… o una cadena. En la Casa Rosada, Milei defendió la alianza con Washington como un “pacto entre líderes libres”. Pero en las calles, el sentimiento fue distinto: muchos argentinos sintieron que el país volvía a ser tratado como una pieza menor en el tablero global.

Malvinas, heridas que no cierran

El recuerdo de 1982 está siempre latente.

Durante la Guerra de Malvinas, Estados Unidos se declaró neutral, pero en los hechos ayudó al Reino Unido con información satelital, combustible, armamento, etc. Aquella “neutralidad inclinada” aún duele en el imaginario nacional.

Esa herida vuelve a sangrar cada vez que desde Washington se imponen condiciones. Para muchos argentinos, las palabras de Trump no son simples declaraciones diplomáticas: son un eco de ese mismo desdén que hace más de cuatro décadas dejó al país aislado, luchando solo -excepto Perú- por una causa que consideraba y que es justa.

La voz del pueblo

En las redes sociales, en mesas de cafés, etc. se repitió una frase:

“Podremos estar divididos, pero nadie de afuera tiene derecho a decirnos e imponernos por quién votar.” Esa división que viene de una grieta mediática de los que buscan manejar los destinos de un país desde la oscuridad, sembrando el odio para conseguir el divide y reinarás. 

Esa reacción de la gente resume un rasgo del carácter nacional: el orgullo de decidir en libertad, incluso en medio de la adversidad. En el fondo, más que enojo, lo que aflora es un sentimiento de pertenencia. Una idea que nos une a millones de argentinos más allá de las ideologías: la soberanía no se negocia.

Pasado y presente entrelazados

La historia argentina está llena de gestos de resistencia: de Belgrano a Rosas, de Güemes a San Martín, de los veteranos de Malvinas a las nuevas generaciones que cada día tiene más voz en política y que reclaman independencia económica.

Por eso, las palabras de Trump no caen en un vacío político; se hunden en una tierra fértil en memoria.

Hoy, como hace dos siglos, Argentina vuelve a mirarse en el espejo de su historia y se pregunta:

¿Cuánto vale la ayuda externa si se paga con la libertad de decidir?

La advertencia de Trump puede tener impacto financiero, pero su verdadero efecto es emocional. Reaviva una pregunta que late en el corazón caliente del pueblo argentino desde hace más de doscientos años: ¿seremos capaces de sostener nuestra soberanía sin depender del “favor” extranjero?

La respuesta, como en 1806, 1807, 1850 o 1982, probablemente no salga de los despachos diplomáticos, sino del mismo lugar donde siempre nace la identidad nacional: el pueblo.

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