Cultura

Productores santiagueños reescriben el origen del vino argentino

En el Día del vino argentino, el diario tucumano La Gaceta contó sobre el origen silencioso del vino argentino, la apuesta de emprendedores pese al calor extremo, y la sorpresa del Marselan, una cepa que se adaptó a la “Madre de Ciudades”.

Cada 24 de noviembre celebramos el Día del Vino Argentino con la mente puesta en las majestuosas bodegas de Mendoza o de San Juan. Pero para encontrar el verdadero inicio de nuestra historia vitivinícola, debemos dirigir la mirada mucho más al norte, a la primera ciudad fundada por los españoles en el territorio argentino: Santiago del Estero.

Así lo describe el periodista Eduardo Ruíz de La Gaceta, al hacer mención a esta tierra con poca tradición vitivinícola y que, pesar al calor extremo, varios productores se animaron a transformar un clima desafiante en etiquetas singulares: del Malbec y Petit Verdot al sorprendente Marselan.

La crónica completa:

La prueba documental más antigua sobre la llegada de la vid a nuestro país no se encuentra en Cuyo. Según el historiador Felipe Pigna, la clave está en un dramático viaje emprendido en 1556. La pequeña aldea, que sería la futura “Madre de Ciudades”, necesitaba desesperadamente un sacerdote. Cinco conquistadores se aventuraron hacia Chile para remediarlo. Fue una travesía de “grandísimo riesgo”, un desafío que obligó a la comitiva a cruzar territorios de lules y calchaquíes dentro de la Comarca del Tucumán, enfrentando luego el terror de la Cordillera de los Andes, con “caminos asperísimos” y una “furia helada”.

A inicios de 1557, el grupo regresó triunfal. El cargamento era doblemente valioso: trajeron al religioso Fray Juan Cedrón, y crucialmente, “plantas de viña”. Antes de ese momento, los cultivos se limitaban al maíz. La llegada de la vid, ese líquido presagio de cultura y futuro, rompió ese monopolio, sembrando la primera raíz documentada de nuestra rica tradición, mucho antes de que Mendoza se convirtiera en el epicentro que hoy conocemos.

Esa historia está sintetizada en la contraetiqueta de La Misión, el Malbec Reserva de Finca María del Pilar, la primera bodega santiagueña. El sueño de Eduardo Luna comenzó a tomar forma hace 15 años, casi de manera autodidacta, en Beltrán, departamento Robles. Allí, y pese al desafío de producir vino en un clima de altas temperaturas, el enólogo Juan Manuel Mallea aportó su conocimiento para que, como suelen decir los empleados de la bodega, “se produzca el milagro”.

Cristian Luna, hijo de Eduardo y encargado de la parte comercial de la empresa, dice que hoy elaboran cerca de 20.000 botellas por año. Entre las etiquetas más llamativas se encuentra La Canonización, un Petit Verdot Reserva que lleva la imagen de Mama Antula, la primera santa argentina, nacida en la histórica “Madre de Ciudades”.

Sin embargo, la gran estrella es la cepa francesa Marselan, presente en la botella de Enraizado, que mostró una adaptación excepcional para que la alta insolación no llegue a dañarla, y que en la actualidad ocupa la mayor parte de la pintoresca finca donde se hacen degustaciones cada 15 días.

MARSELAN. Se trata de una variedad de uva que salió del cruce entre Cabernet Sauvignon y Garnacha.
MARSELAN. Se trata de una variedad de uva que salió del cruce entre Cabernet Sauvignon y Garnacha.

Hacer vino en una zona desconocida

Mallea no cree que hacer vino en Santiago del Estero sea un milagro, pero sí reconoce que requiere más tiempo. Acostumbrado a trabajar en terroirs como el de Valle de Uco, donde reside actualmente, admite que en Cuyo es más sencillo alcanzar calidad porque existe información previa sobre el suelo y el clima. “La clave en Santiago del Estero fue adaptarnos a lo que el vino nos iba diciendo a medida que íbamos conociendo la zona”, explica a LA GACETA.

Para enfrentar el intenso calor, se aplicaron varias técnicas. Se incorporó cobertura verde para “bajar la temperatura del suelo” y se modificó la altura del viñedo: “Levantamos un poco más la producción, porque las primeras plantas estaban demasiado cerca del suelo”. También ajustaron la orientación de las hileras para reducir la incidencia solar directa: “Necesita el sol justo y necesario; el resto del tiempo debe estar en sombra”.

BODEGA. Finca María del Pilar se ubica en Beltrán, a unos 40 minutos de la capital santiagueña.

El especialista resume que la vitivinicultura en la provincia implica “conocer la zona, entender cómo se comporta la vid allí, identificar las complicaciones y trabajar sobre eso. Es, sobre todo, más trabajo”.

Poesía y vino

Finca Sol Alto es un proyecto de Santiago Nassif en la localidad de Árraga, a unos 30 kilómetros de la capital santiagueña, nacido hace cuatro años como un hobby impulsado por la tradición familiar de la poesía y la cultura. El fundador, cuyo padre es el poeta Alfonso Nassif, concibió la bodega como un homenaje a esta herencia, buscando un valor diferencial ante la competencia de otras regiones.

La filosofía del proyecto se basa en vincular íntimamente el vino con la poesía. El nombre de la finca, “Sol Alto”, proviene de un poemario de Bernardo Canal Feijóo. Esta impronta se extiende a sus dos primeras etiquetas: “El Juego Incierto” y “Gambeta y Gol”, títulos de poemas de su padre.

VINO Y POESÍA.

Finca Sol Alto cuenta con 3,5 hectáreas de viñedo en la Ruta 9, donde cultivan principalmente Malbec y Cabernet Sauvignon. Las 2.000 botellas de su primera añada se comercializan exclusivamente en vinotecas santiagueñas.

Según la información brindada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), tanto Beltrán como Árraga tienen suelos franco-arenosos con baja retención de humedad, lo que exige el uso de riego para aprovechar su aptitud agrícola potencial.

Un vino nacido en el sur santiagueño

Pablo López Anido, ingeniero agrónomo y productor santafesino, desarrolla su vino Shalaco en un predio ubicado en la ciudad de Bandera. Su proyecto nació en 2016 mientras hacía huerta, y hoy vinifica sus uvas en la finca María del Pilar, a 200 kilómetros de distancia.

López Anido comenzó con el varietal que la bodega madre impulsaba: Petit Verdot, una cepa que él considera especial. “Yo nunca quise tener mucho Malbec… Fui por un vino distinto”, explica.

Un mentor clave en los comienzos del proyecto Shalaco fue Jean Pierre Gau, un francés con campo en Bandera cuya familia tiene lazos vitivinícolas en el país europeo. “Me dio una mano grande y su experiencia fue fundamental, pues al ser una persona que realmente sabe del tema fue una satisfacción cuando me dijo que el vino era muy bueno”, recuerda López Anido.

SHALACO. El vino que se hace en Bandera.

De acuerdo al relevamiento del INTA, Bandera posee los suelos de mayor capacidad productiva (clase III), caracterizados por una alta fertilidad, limitados principalmente por las escasas precipitaciones.

Según el productor agropecuario, la calidad de Shalaco se basa en el cuidado intensivo y no masivo. La etiqueta aún dice vino “Del huerto” porque, como él describe, es realmente un vino que hizo en la huerta de su casa. “Conozco una por una a las plantas. Ese detalle hace la diferencia”, asegura. Este manejo racional, libre de agroquímicos, sumado a un entorno de algarrobos y plantas herbáceas es la base de su producto.

Artículos Relacionados

Volver al botón superior